domingo, 23 de novembro de 2008

Revelan identidades de torturadores brasileños


En Chile, 5 de septiembre, 2008
Autor: MANUEL SALAZAR SALVO

Una veintena de militares brasileños viajaron a Chile en los días siguientes al golpe militar del 11 de septiembre de 1973 para interrogar a los prisioneros de esa nacionalidad que estaban detenidos en el Estadio Nacional. El grupo era comandado por el teniente coronel Cyro Etchegoyen, un experto en contrainteligencia.

En Santiago ya estaban operando los oficiales Walter Mesquita de Siqueira y Décio Barbosa, del Centro de Inteligencia del Ejército (CIE), y los sargentos Deoclécio Paulo y José Mileski, pertenecientes al Destacamento de Operaciones e Informaciones (DOI), de Río de Janeiro.

Estos antecedentes, hasta ahora desconocidos, son revelados por el historiador brasileño Luiz Alberto Moniz Bandeira, en su libro Fórmula para el caos. La caída de Salvador Allende (1970-1973), una cuidadosa investigación que profundiza en la intromisión del gobierno de Estados Unidos en América del Sur, como promotor de la caída de varios gobiernos democráticos, incluyendo el de la Unidad Popular.

El libro será presentado el 11 de septiembre en Sao Paulo y está prologado por el vicecanciller de Brasil, Samuel Pinheiro Guimaraes; el profesor estadounidense Peter Kornbluh, director del Chile’s Projecto del National Security Archive, de la Universidad George Washington; y el embajador de Chile en Buenos Aires, Luis Maira. La edición en español ha sido preparada por la división chilena de la editorial Random House, y es prologada por el ex ministro socialista Jorge Arrate.

Moniz Bandeira cuenta en su libro que el día 12 de septiembre de 1973, el general Augusto Pinochet envió una caravana de carros de combate para invitar al coronel Walter Mesquita de Siqueira, agregado militar en la embajada brasileña en Santiago, para conversar con él. Pinochet le dijo que le gustaría que Brasil fuese el primer país en reconocer a la Junta Militar.

En consecuencia, el embajador Antonio Cándido Da Câmara Canto, fer-viente partidario del golpe militar en Chile, solicitó a Itamaraty (el Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil), una autorización urgente para reconocer al régimen militar de Chile, dado que su posición “estaba internamente consolidada”, con la excepción de un “pequeño grupo inexpresivo aún en rebeldía”.
Câmara Canto, en otro mensaje, argumentó que “sería muy bien visto por la Junta Militar y por el pueblo” que Brasil fuera la primera nación en enviarle auxilios, dado que faltaban medicamentos, plasma, suero, algodón, etc., además de provisiones, sobre todo harina de trigo, para la fabricación de pan, que ni la embajada de Brasil tenía.

El profesor Moniz Bandeira tuvo acceso a los archivos clasificados de la cancillería brasileña y pudo examinar cientos de telegramas enviados desde Santiago. Entrevistó a decenas de testigos de aquella época y revisó cientos de libros y documentos sobre los acontecimientos políticos que precedieron al gobierno de Salvador Allende.

Cuenta que el embajador de Estados Unidos en Brasilia, John H. Crimmins, el 14 de septiembre, tres días después del derrocamiento de Allende, se reunió con el canciller Mario Gibson Barbosa, para hablar sobre la situación en Chile, manifestándole que el gobierno de Estados Unidos “se inclinaba favorablemente” hacia la Junta Militar, pero que evitaba traducir “esta simpatía en actos públicos y formales”.

Crimmins le dijo al canciller brasileño que el reconocimiento no debería manifestarse antes de diez días, pues Washington aguardaba que otros países, como Gran Bretaña, lo hiciesen. Recién el 24 de septiembre Estados Unidos reconoció a la Junta Militar de Chile, junto con otros ocho países, después que la Unión Soviética, la República Democrática Alemana y Bulgaria rompieran relaciones diplomáticas con Chile.

No obstante, requerido por su embajador en Santiago, el canciller Gibson Barbosa el mismo día 12 lo había instruido para que se reuniese con Pinochet y le expresara que el gobierno brasileño estaba pronto a reconocer a la Junta Militar. Câmara Canto debía señalar a Pinochet que el gobierno brasileño tenía la decisión de “prestar toda la asistencia posible” que fuese solicitada.

Esa noche, cuenta Moniz Bandeira, Câmara Canto fue recibido por la Junta Militar y el almirante Ismael Huerta, que estaba al frente del Ministerio de Relaciones Exteriores. “Fui recibido con demostraciones de gran satisfacción y afecto, que aumentaron al ponerlos en conocimiento de mi misión”, relató el embajador en telegrama a Itamaraty, agregando que la Junta Militar agradecería si el reconocimiento “fuese hecho de inmediato”.

El gobierno brasileño, no obstante, pidió que la Junta Militar cumpliese ciertas “formalidades mínimas”, sin las cuales la decisión brasileña “sería intempestiva e incluso posible de crítica”. Tales formalidades consistían en hacer públicos, con amplia divulgación, los siguientes puntos: a) garantía de control efectivo del territorio; b) constitución del gobierno, esto es, el nombre de cada ministro y de cada cartera, aún interinos o no formalmente nombrados; c) garantía de respeto a los compromisos internacionales.

El canciller Mario Gibson Barbosa sugirió al embajador Câmara Canto que recomendara a la Junta Militar que solicitase el reconocimiento de otros países y que las formalidades mínimas fuesen inmediatamente cumplidas, pues quería hacerlo aquel día 12. La petición de Brasil se cumplió de inmediato y los ministros de Pinochet asumieron sus carteras frente a las cámaras de TV, en tanto que la Junta Militar declaró que serían respetados los acuerdos internacionales.

También anunció que mantendría relaciones diplomáticas con todos los países, excepto Cuba y algunos otros, cuya situación estaba en estudio. En cuanto al control efectivo del país, a pesar de los bolsones de resistencia, la Junta Militar, con “el estado de sitio en tiempo de guerra” y el toque de queda, ya dominaba la situación.

El general Carlos Prats, entretanto, trasladado a la Vicaría General Castrense, tuvo que desmentir, “visiblemente a disgusto” relata el autor, a través de TV Universidad Católica la noticia procedente del exterior de que estaba al frente de tropas, marchando sobre Santiago.

Esta fue la condición que la Junta Militar le impuso para concederle el salvoconducto que solicitaba. Abatido y decepcionado, el día 15 el general Prats se asiló en Argentina. Hortensia (Tencha) Bussi, viuda de Allende, viajó a México, junto con su hija Isabel y cuatro nietos, después del entierro de Salvador Allende en el Cementerio Santa Inés de Viña del Mar. No le habían permitido siquiera ver el cuerpo de su marido. Y Beatriz Allende, casada con el cubano Luis Fernández Oña, viajó a La Habana.

“(...) La alta burguesía chilena logró satisfacer su ambición de derrocar al gobierno constitucional de Chile, usando a las Fuerzas Armadas como instrumento de destrucción fratricida, las que -desde esas trágicas horas- pasaron a convertirse en guardia pretoriana de la oligarquía”, registró el general Carlos Prats en sus memorias, un hombre lúcido y honrado, recuerda Moniz Oliveira.
Dinero, medicinas y asesores

Escribe el historiador: “Los muertos se multiplicaban, mientras el Estadio Nacional y otros recintos se llenaban de millares de presos, maltratados y torturados cruelmente, y las embajadas acogían a centenares de refugiados, en gran parte extranjeros de diferentes nacionalidades, que estaban siendo capturados implacablemente por los militares.

La embajada chilena en Brasilia entregó una nota a Itamaraty, informando que en Chile había trece mil extranjeros, la mayoría en situación irregular, y entre ellos 1.297 brasileños”.

El gobierno brasileño, luego de reconocer formalmente a la Junta Militar, mandó un avión a Chile con 20 toneladas de medicamentos y productos alimenticios. Y, en una segunda etapa, otro avión, un Hércules C-130, en el cual también se embarcó el coronel Herman Rojas, agregado de la Fach en Brasil, transportando cinco toneladas de arroz y azúcar y 30 toneladas de medicamentos, adrenalina, agua oxigenada, vendas, atropina, etc. (...)

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